Aquellas maravillosas consolas........

lunes, 31 de enero de 2011

 
 
 
 
En los patios de los colegios españoles de los 80, entre bocata y bocata de mortadela, trenza de chocolate, tacos de cromos con los ases de la Liga (el de Maradona como último fichaje del Barça era el más cotizado, junto con el rubiales del Betis Barnes) y gol regate con pelota de plástico de mírame y no me toques (no como ahora, que la chavalería gasta unos balones de reglamento que ni el jabulani ese), los más friquis del lugar ocupaban su media hora escasa de recreo enviciados con unos cacharritos algo chirriantes y prácticamente mágicos que, en la mayoría de los casos, algún padrino lejano les había regalado en la Primera Comunión, junto al reloj de pulsera y la cartilla del banco. Se trataba de las Game & Watch, auténticas pioneras del boom de las consolas portátiles y abuelas más o menos putativas de las flamantes Nintendo 3DS o de la NPG de Sony. Unos ingenios de píxel y chip prodigiosos nacidos del auge de los juguetes electrónicos con pantalla LCD de finales de los 70 (recuérdese el «Auto Race» de Mattel) y que llevaron el minimalismo y la economía de medios a una dimensión ociosa nunca antes alcanzada. Los géneros predominantes de aquellos entrañables dinosaurios de petaca eran el deportivo y el galáctico, hasta que uno de los gurús de la historia de los videojuegos, Gunpei Yokoi, aplicó la tecnología de marcas como Casio y Sharp para dotar de alma y corazón a su nuevo prodigio G&W, que Nintendo apadrinó de mil amores allá por 1980.
Fueron tiempos felices y efervescentes para la industria, que aún vivía en el dorado edén del que saldría a trompicones con la gran crisis de 1983 motivada, entre otros factores, por el infame «E.T. el extraterrestre» para Atari 2600. Pero esa es otra historia. El ADN de las Game & Watch era tan sencillo como el mecanismo de un bonobús pues, en el fondo, no eran más que una calculadora con un par de niveles de dificultad, un reloj con alarma, un par de botones de control (luego se incorporó la revolucionaria cruceta) y una pantalla «escayolada» en la que se movía un monigote de diseño vintage y esquemático que inmediatamente empezó a ser conocido como «Mister Game & Watch». Los juegos en sí también eran de una candidez y una adicción desarmantes: «Ball», «Fire», «Parachute», «Octopus», «Chef»... casi todos consistentes en acciones de malabarismo relampagueante como rescatar a las víctimas de un incendio, recolectar paracaidistas en una lancha o evitar que se estamparan los platos de una cocina infernal.
La Game Boy
La cosa empezó a animarse cuando entraron en liza algunos iconos pop como Popeye, Snoopy, Mickey Mouse o, por supuesto, los cracks Donkey Kong o Mario, cuyo «Cement Factory» es uno de los títulos más vendidos y recordados de esta línea. No solo eso: Nintendo también hizo un esfuerzo de hardware con el lanzamiento en 1982 de la línea «multi screen» de pantalla doble, antecesora directa de la DS. Más tarde llegarían virguerías algo aparatosas como los modelos Tabletop, Panorama o SuperColor, mientras que títulos como «Oil Panic», «Tropical fish» o «Zelda» siguieron multiplicándose entre las manos de los críos junto, ay, multitud de imitaciones y clones de marcas como Bandai, Coleco o Gakken que fueron erosionando poco a poco el negocio, ya tocado por el imparable ascenso del mítico «Tetris», también copiado hasta la saciedad en formatos de bolsillo.
Pero la puntilla la dio el propio Yokoi con su nueva genialidad, fechada en 1989: la mismísima Game Boy. Así, el canto del cisne definitivo de Game & Watch llegó en 1991 (el 14 de octubre concretamente), cuando se lanzó «Mario the juggler», un llamativo y optimista juego color mostaza que puso punto y final al total de 59 títulos que compusieron una de las etapas más gloriosas y memorables que el aficionado veterano recuerda, aunque Nintendo lanzó no hace mucho sus series revival «Game & Watch Collection» y «Game & Watch Gallery» para Game Boy Color, GBA o DS. No es lo mismo, pero al menos sirve para sofocar el ataque de melancolía al caer en la cuenta de que, como dijo el poeta, de casi todo hace ya 20 años. Incluso en materia de videojuegos.

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