A la Luna con 72K

viernes, 17 de julio de 2009


La foto de ahí arriba contiene 33.484 kilobytes de datos, 465 veces más datos que los ordenadores de la nave Apollo 11: 72K de memoria ROM.

En la madrugada del 21 de julio se cumplirán los 40 años de la llegada del hombre a la Luna, a bordo del Apollo 11. Como dijo Armstrong, "un pequeño paso para el hombre, pero un gran paso a la humanidad". Veamos la herencia que dejó aquella gesta.

Siempre que se habla de los beneficios prácticos de la exploración espacial se ponen como ejemplo materiales como el velcro y el teflón. Es una leyenda urbana más. Ninguno de los dos materiales se inventó para atender a necesidades del viaje a la Luna, aunque sí es cierto que la NASA hizo -y sigue haciendo- uso extensivo de ambos.

Los verdaderos beneficios de los programas espaciales son mucho más sutiles, como los enormes avances en comunicaciones, telemetría, miniaturización electrónica y técnicas criogénicas, por citar sólo unos pocos.

Cuando la NASA empezó su plan para poner hombres en el espacio, las comunicaciones globales eran casi una utopía, limitadas al servicio que pudieran prestar los pocos cables submarinos existentes. Era una época en que la máxima inmediatez la ofrecían los teletipos, en los que las noticias urgentes se anunciaban con repetidos timbrazos.

Hubo que poner a punto una red de comunicaciones de alcance mundial que permitiese estar en contacto con astronautas primero a 200 kilómetros de altura, y después, a 400.000.

Se utilizaron no sólo estaciones terrestres, sino también buques anclados en las zonas en las que no podía obtenerse cobertura por otros medios. Las antenas que siguieron el desembarco en la Luna -en California, Australia y Madrid- siguen operativas hoy en día.Las comunicaciones con la Luna, incluidas las imágenes de televisión que llegaron desde allí eran en formato analógico, el único disponible en la época. Pero para otras misiones -concretamente, los Mariner a Marte- ya se estaban experimentando técnicas digitales. De alguna forma, nuestras cámaras fotográficas y de vídeo trazan su origen a los programas espaciales.

Las naves lunares llevaban a bordo un par de ordenadores de navegación. Comparados con los actuales PC resultan penosamente primitivos: apenas 4 Kbytes de memoria RAM (no megas ni gigas) y 72 Kbytes de ROM.

Los ordenadores no tenían pantalla; tan sólo un display como el de una calculadora y un teclado de 19 teclas. Más o menos, como un teléfono móvil. Tampoco utilizaban disquetes (no existían) ni, menos aún, disco duro. Cada Apollo llevaba el programa para toda la misión escrito y pregrabado en núcleos de ferrita desde antes del despegue. Gracias a eso, la segunda misión a la Luna, el Apollo 12, pudo soportar el impacto de dos rayos durante el despegue sin que se borrase ni un bit de su memoria.

Aun hoy resulta increíble lo que podía conseguirse con un hardware tan elemental. Durante la fase de aterrizaje se encargaba de integrar los datos del radar altimétrico, controlar el impulso del motor principal y de los 16 motores de estabilización, mantener las antenas continuamente orientadas hacia la Tierra y calcular la trayectoria para regresar a la nave nodriza en caso de emergencia. Todo a la vez y con sólo 32 K. Recuérdelo la próxima vez que se queje de que su PC va lento y tiene que ampliarlo.

El programa espacial -y algunos proyectos militares- fueron la fuerza motriz en el desarrollo de la microelectrónica. El cohete lanzador medía 110 metros de altura, pero su cerebro era un anillo de apenas un metro de altura, situado en su parte superior, justo antes de la cápsula propiamente dicha. El resto, pura fuerza bruta: miles y miles de litros de combustible y motores tan potentes que nunca se han vuelto a construir otros iguales. La excelencia en la miniaturización electrónica se cita frecuentemente como una de las razones -pero no la única- que hicieron que Estados Unidos ganase la carrera hacia la Luna.

La mejor herencia del programa Apollo fue el desarrollo de modernas técnicas de gestión. Enfrentados con el problema de coordinar el trabajo de miles de contratistas distribuidos por todo el país, respetando especificaciones y plazos muy estrictos, la NASA se vio obligada a explorar un territorio poco conocido fuera de los ambientes militares, el de los sistemas de planificación y control de producción, que sólo habían sido usados en programas de misiles balísticos como el Polaris y el Minuteman. Esas técnicas, que hoy se utilizan en millares de empresas industriales nacieron a la sombra del programa lunar.

Sólo ocho años
Pero quizá hay una última lección del Apollo. Cuando Kennedy embarcó al país en la carrera, solamente dos astronautas habían volado por el espacio: un ruso y un americano -este último, apenas 15 minutos y aprovechando un cohete táctico de tamaño mediano-.

La NASA no contaba con proyecto previo, ni infraestructura ni naves adecuadas y apenas un puñado de especialistas que empezaban a aprender de sus propios errores. Nadie sabía cómo resolver los problemas de supervivencia fuera de la Tierra. Ni cómo dirigir una cápsula por el espacio. Ni mucho menos cómo enviar algo hasta la Luna y traerlo de regreso. Era, en resumen, la mayor empresa industrial del siglo XX, después del Proyecto Manhattan.

Armstrong pisó la Luna sólo ocho años después de que Kennedy lanzase su reto. Hoy, 40 años después, repetir una gesta así resulta impensable.

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